miércoles, 9 de marzo de 2011

El halcón y la paloma (Finalista I Concurso Relatos Enmascarados)


Esta es la única noche en la que Rodas me permite salir. En seis años, sólo he tenido seis noches de libertad y siempre para acudir al baile de máscaras de Villa degli Argentieri. Retuerzo entre las manos el capuchón que imita la cabeza de un halcón y que esta noche será mi disfraz. La condesa Argentieri ha propuesto que el tema de la mascarada sean las aves. Aún mantengo la esperanza de encontrarme allí con Renata, por eso he aceptado la invitación y las horas torturantes que me aguardan.

Rodas contempla el rostro de su señor Vicenzo antes de que lo cubra con su capuchón de halcón. Aunque no ha llegado a los cuarenta, ya pesan sobre él las huellas de su pasado. El señor Vicenzo, seis años atrás, intentó estrangular a su esposa Renata porque descubrió en ella las primeras arrugas implacables del tiempo. El padre de Vicenzo se negó a internarle en un sanatorio. En vez de eso eligió a Angelo (Rodas), un mozalbete de gran corpulencia, para que fuese su guardián permanente. Rodas cuida de él noche y día, aunque el señor Vicenzo es dócil la mayor parte de las veces. Como recompensa, al noble italiano se le permite asistir a un baile de máscaras, el único evento que le permite estar rodeado de personas sin que éstas sufran las consecuencias de su extraña locura.

El salón de Villa degli Argentieri está iluminado como un horizonte en incendio. Pero también está abarrotado, y me resulta difícil localizar una persona entre la masa tocada de plumas. Sé que Rodas observa todos mis movimientos desde una discreta esquina, así que aprovecho el comienzo de la música para bailar con estos papagayos con faldas y desplazarme por el salón con libertad. Doy vueltas con un pavo real, un mirlo y otra con pretensiones de flamenco. También con la que afirma ser un ruiseñor pero que emite unos lamentables sonidos de ratón asustado. Conforme avanzan las horas, decrece mi esperanza de hallar a Renata. Tengo la certeza de que ella hubiese elegido un disfraz de paloma, pero aquí no veo ninguna.

Poco antes de la medianoche, Rodas dirige una mirada de aviso a su señor Vicenzo. Deben salir de allí de inmediato, antes de que llegue el momento de descubrirse el rostro. Pero el noble italiano parece resistirse. Ha divisado una figura vestida de blanco y plata, y hacia ella se dirige. Rodas distingue un antifaz de plumas sobre un rostro femenino y reconoce un logrado disfraz de paloma. Todo el salón observa ahora al halcón que se ha detenido frente a la dama y Rodas no quiere provocar una escena, llevándose violentamente a su señor de allí. Se acerca con cuidado, y observa sin intervenir.

 

Es ella y ha venido. Como aseguró aquel día, ella siempre parecerá la paloma. Ha conseguido que todos me tomen por loco, que todos crean que la ataqué por un absurdo miedo a la vejez. Sólo ella y yo sabemos quién es el halcón y la paloma en esta estancia. Pero nunca podré demostrarlo. Ella ideó esto para disfrutar de mi riqueza, elegir a sus amantes y no dar cuentas a nadie. Esa era, en realidad, la vida que ya vivía junto a mí y así me lo confesó aquel día para incitarme a colocar las manos en su blanco cuello. Renata, Renata, ¿por qué? 

  Rodas observa el magnetismo que emana de la pareja. Lentamente, el señor Vicenzo toma la mano de la dama disfrazada de paloma y deposita un suave beso en ella. Murmura: “Perdóname, Renata”. Ella abre los ojos en un mudo interrogante y se quita la máscara. En aquel instante, al conocer la identidad de la dama, Rodas decide intervenir. Pero el señor Vicenzo, que también ha retirado su capucha de halcón, no hace ningún gesto violento hacia su esposa. Al contrario, se inclina y la besa levemente en los labios, es casi un roce de pluma. Después busca a Rodas con la mirada y ambos abandonan el salón y emprenden el camino de regreso. Atrás queda una dama sorprendida que, por una vez, se despoja de su máscara de frivolidad y comienza a llorar en silencio.

ROCÍO DE JUAN

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