jueves, 31 de marzo de 2011

Never Let Me Go... please




¡Quieto todo el mundo! Si queréis leer y disfrutar de Nunca me abandones de Kazuo Ishiguro, ni se os ocurra buscar siquiera la sinopsis, en ningún sitio, mucho menos en internet. Porque corréis el riesgo de descubrir uno o varios giros de la trama, que destruirían gran parte del encanto de la historia.

Se podrían comentar tantas cosas de este libro... pero no vamos a entrar en ello, precisamente, para evitar desvelar detalles importantes. Sin embargo, sí apuntar unas cuantas ideas. 


Fotograma de The Remains of the Day
 Lo primero y ya bastante manido, el hecho de «no importa tanto qué se cuenta como la forma en que se cuenta». Y eso que contar... contar... cuenta algo tremendo. Pero lo hace con esa calma, esa atención al detalle pertinente que consigue complicidad, quizás hasta cierta languidez, tan propia de este autor. Sirva de ejemplo Lo que queda del día (The Remains of the Day).

Y sumiéndonos en esa atmósfera, en esas circunstancias que poco a poco vamos descubriendo, comienza a contarnos una historia de amistad, amor, miedo, más amistad, incertidumbre, celos, generosidad, sueños, otro poco de amistad, perdón, esperanza, menos miedo, comprensión, ilusiones... 

De nuevo, Ishiguro emplea el recurso del diario sin días de uno de los personajes centrales para ir narrando, en primera persona y de forma subjetiva, cada uno de los hechos. Además, vuelve a conseguir ese toque de veracidad presentando un problema que nos surge a todos cuando contamos algo de nuestra vida. Conocedores de lo sucedido, nos precipitamos directamente en el asunto que nos interesa y debemos detenernos, volver atrás y poner en antecedentes a nuestra audiencia, para que pueda comprender la magnitud y significado pleno de lo que pasó.

Pero, por más atroz que sean las circunstancias en las que el autor nos sitúa, nadie puede dejar de sentirse identificado. Porque, más allá del cuestionamiento moral que surge, cada uno de nosotros ve algo de sí mismo o de su historia personal en esta especie de confesión de vida. Y esta humanización alimenta, más aún, ese abismo ético que envuelve la novela.


A Mulligan, quizás sintiendo la influencia de H. James, le ha tocado ser la rubia de Never Let Me Go.


Una lectura no recomendable, sino tremendamente indispensable. Además, para quienes «no tienen tiempo» y, también, para aquellos que disfrutan con las adaptaciones al cine —antes o después de la lectura—, esta obra tiene una versión cinematográfica reciente. En ella, dirigidos por Mark Romanek (la angustiante One Hour Photo), Carey Mulligan (la transgresora Jenny de An Education), Keira Knightley (Atonement o recordada por algunos como «ah, ¡la de la biblioteca!») y Andrew Garfield (The Social Network, la película de Facebook) consiguen conmover al más escéptico de los públicos. Pero, lo dicho, no busquéis el trailer, simplemente vedla.

¿Quién es el nexo?

jueves, 24 de marzo de 2011

Días de primavera en gris

Mirando en rededor y sin añadir nada más... 

palomas
Lo peor del eco
es que dice las mismas
barbaridades.

Rincón de Haikus, Mario Benedetti

jueves, 17 de marzo de 2011

… o «tener una cuña como un día de fiesta»

Más de cuatro millones de parados, de ellos, muchos son titulados universitarios. Catorce mil euros del Patrimonio Nacional para comprar una cinta de correr. La máxima responsable de la Sanidad en nuestro país de lo que sabe es de «la estructura y el funcionamiento de las sociedades humanas». Contratos de dos millones de euros al año por gritar incoherencias en televisión…

No es una película de ciencia ficción, es nuestra realidad actual y es eso, precisamente, lo que Pedro Santana critica con mucho humor en Entxu y Fa2, nuestra última novedad.

Este canarión recurre al teatro del absurdo para mostrarnos unas circunstancias que, por más que estemos viviendo, parecen ser ajenas a nosotros. Y es que, desde el primer momento en que nos sumergimos en la historia, podemos sentirnos completamente identificados.

La diferencia entre la obra y la realidad es que, en la primera, hay una reacción, alguien se atreve, alguien despierta y para de quejarse para actuar. Lo cual nos hace reflexionar sobre muchas cosas, nos obliga a cuestionarnos qué tipo de sociedad estamos construyendo y alimentando, cuánto más vamos a aguantar para intentar cambiar, dónde residen nuestras lealtades o por qué estamos consintiendo sin rechistar.

¿Quién empieza?

miércoles, 16 de marzo de 2011

Josefina Aldecoa nos viste de negro

Referente de nuevas generaciones que aprenden a enseñar y narradora de una España herida, Josefina Aldecoa nos ha dejado.

Escritora de la generación del 50, compaginó su labor literaria con el ejercicio de la pedagogía, apoyando las ideas de la Institución Libre de Enseñanza.

Hoy, se ha marchado, pero con nosotros deja más de una veintena de obras —Porque éramos jóvenes, Mujeres de negro, La fuerza del destino…— y, por encima de todo, sus esfuerzos por mejorar el pensamiento educativo desde la base de quienes nos hemos ido formando después.


Gracias, por ayudarles a aprender cómo enseñarnos a apreciar la belleza de las artes sin coartación.

lunes, 14 de marzo de 2011

5-7-5


Ante lo que está sucediendo, durante estos días en Japón, emergen en nosotros miles de sentimientos, pero nos encontramos vacíos de palabras para transmitirlos. Por eso, recurrimos a una exquisita forma de expresar con la que su cultura tuvo a bien enriquecernos. 

Pasan la nubes
y el cielo queda limpio
de toda culpa.

Rincón de Haikus, Mario Benedetti

viernes, 11 de marzo de 2011

Hard to handle


"I'm selfish, impatient and a little insecure. I make mistakes, I am out of control and at times hard to handle. But if you can't handle me at my worst, then you sure as hell don't deserve me at my best."

Marilyn Monroe

«Soy egoísta, impaciente y un poco insegura. Cometo errores, soy incontrolable y, en ocasiones, difícil de soportar. Pero si no eres capaz de aguantarme en mis peores momentos, entonces, ten jodidamente seguro que no me mereces en los mejores.»




miércoles, 9 de marzo de 2011

El halcón y la paloma (Finalista I Concurso Relatos Enmascarados)


Esta es la única noche en la que Rodas me permite salir. En seis años, sólo he tenido seis noches de libertad y siempre para acudir al baile de máscaras de Villa degli Argentieri. Retuerzo entre las manos el capuchón que imita la cabeza de un halcón y que esta noche será mi disfraz. La condesa Argentieri ha propuesto que el tema de la mascarada sean las aves. Aún mantengo la esperanza de encontrarme allí con Renata, por eso he aceptado la invitación y las horas torturantes que me aguardan.

Rodas contempla el rostro de su señor Vicenzo antes de que lo cubra con su capuchón de halcón. Aunque no ha llegado a los cuarenta, ya pesan sobre él las huellas de su pasado. El señor Vicenzo, seis años atrás, intentó estrangular a su esposa Renata porque descubrió en ella las primeras arrugas implacables del tiempo. El padre de Vicenzo se negó a internarle en un sanatorio. En vez de eso eligió a Angelo (Rodas), un mozalbete de gran corpulencia, para que fuese su guardián permanente. Rodas cuida de él noche y día, aunque el señor Vicenzo es dócil la mayor parte de las veces. Como recompensa, al noble italiano se le permite asistir a un baile de máscaras, el único evento que le permite estar rodeado de personas sin que éstas sufran las consecuencias de su extraña locura.

El salón de Villa degli Argentieri está iluminado como un horizonte en incendio. Pero también está abarrotado, y me resulta difícil localizar una persona entre la masa tocada de plumas. Sé que Rodas observa todos mis movimientos desde una discreta esquina, así que aprovecho el comienzo de la música para bailar con estos papagayos con faldas y desplazarme por el salón con libertad. Doy vueltas con un pavo real, un mirlo y otra con pretensiones de flamenco. También con la que afirma ser un ruiseñor pero que emite unos lamentables sonidos de ratón asustado. Conforme avanzan las horas, decrece mi esperanza de hallar a Renata. Tengo la certeza de que ella hubiese elegido un disfraz de paloma, pero aquí no veo ninguna.

Poco antes de la medianoche, Rodas dirige una mirada de aviso a su señor Vicenzo. Deben salir de allí de inmediato, antes de que llegue el momento de descubrirse el rostro. Pero el noble italiano parece resistirse. Ha divisado una figura vestida de blanco y plata, y hacia ella se dirige. Rodas distingue un antifaz de plumas sobre un rostro femenino y reconoce un logrado disfraz de paloma. Todo el salón observa ahora al halcón que se ha detenido frente a la dama y Rodas no quiere provocar una escena, llevándose violentamente a su señor de allí. Se acerca con cuidado, y observa sin intervenir.

 

Es ella y ha venido. Como aseguró aquel día, ella siempre parecerá la paloma. Ha conseguido que todos me tomen por loco, que todos crean que la ataqué por un absurdo miedo a la vejez. Sólo ella y yo sabemos quién es el halcón y la paloma en esta estancia. Pero nunca podré demostrarlo. Ella ideó esto para disfrutar de mi riqueza, elegir a sus amantes y no dar cuentas a nadie. Esa era, en realidad, la vida que ya vivía junto a mí y así me lo confesó aquel día para incitarme a colocar las manos en su blanco cuello. Renata, Renata, ¿por qué? 

  Rodas observa el magnetismo que emana de la pareja. Lentamente, el señor Vicenzo toma la mano de la dama disfrazada de paloma y deposita un suave beso en ella. Murmura: “Perdóname, Renata”. Ella abre los ojos en un mudo interrogante y se quita la máscara. En aquel instante, al conocer la identidad de la dama, Rodas decide intervenir. Pero el señor Vicenzo, que también ha retirado su capucha de halcón, no hace ningún gesto violento hacia su esposa. Al contrario, se inclina y la besa levemente en los labios, es casi un roce de pluma. Después busca a Rodas con la mirada y ambos abandonan el salón y emprenden el camino de regreso. Atrás queda una dama sorprendida que, por una vez, se despoja de su máscara de frivolidad y comienza a llorar en silencio.

ROCÍO DE JUAN

lunes, 7 de marzo de 2011

Carnavalada (Finalista I Concurso Relatos Enmascarados)

Vivir es lo más raro de este mundo, pues la mayor parte 
 de los hombres no hacemos otra cosa que existir.
                                                                                                                                 Óscar Wilde

Dañaba hondamente a lo rutinario la policromía de los diferentes disfraces de los habitantes de aquella divertida localidad. Y es que durante las fechas de Carnaval a nadie le importaba quién se había fingido ser hasta entonces, sino quién se era en ese momento. Por eso no podía extrañarle a nadie que la pobre Angustias, madre de siete hijos, se vistiera de solterona-solitaria-de-por-vida, cambiase sus profundísimas ojeras por pícaras sombras de ojos y se desembarazase de las cartucheras de celulitis para lucir unos desvergonzados muslos de auténtico escándalo. Era de ver cómo los opacos ojos de Angustias se colmaban de brillos y de curiosidad.
Como tampoco generaba ningún tipo de sorpresa coincidir con el anodino Severo, cuya monótona mirada gris desde lo profundo de unas cuencas en horario de ventanilla rompía ahora con convencionalismos y relojes con pulsera de piel de cocodrilo, disfrazado de explorador y endulzándole la vida a sus conciudadanos lanzando chistes a diestro y siniestro. Su aritmético bigote, además, había devenido en una perilla rala en bohemia disposición. Sin olvidar que tampoco faltó nadie para darle el biberón a Carmencita, la más longeva de la población, que cada año se excedía más en aquello de quitarse algunos años y que cambiaba los pañales para adultos por los de bebés —con nuevas y mejoradas barreras anti-escapes— y la dentadura postiza por un simpático mordedor morado en forma de oso. 
Fotograma de Otelo

Como tampoco faltó nadie que colmara de piropos a la más fea del pueblo para algunos más bien ‘difícil de mirar’, que había cambiado su contrahecha figura por una estampa que quitaba el hipo y su rostro inquietante por uno arrebatador. ¡Cómo se contoneaba jactanciosa y musical quien reptara a diario por las calles conteniendo la respiración y con la cabeza envuelta en un grueso pañuelo negro! También era digno de ver el mendigo Zacarías, sin su roída chaqueta ni sus deshilvanadas razones. Ese mendigo que lucía un ostentoso chaqué —presuntamente recién adquirido— y que había cambiado su cohorte de botellines de cerveza por botellas de champán y sus maldiciones lanzadas al dios Thor por la mitología griega, especializándose, claro está, en lo dionisíaco.  O ver a la prostituta de la localidad, Yasmín, agarrada del bracito de su marido mientras paseaba a su dignísimo benjamín, todo vestido de azul pálido y acomodado en un cochecito clásico de esos de ensueño. Ver sus agresivas medias de rejilla, antaño dibujar dos volcánicas piernas que descansaban sobre dos largas y lúbricas agujas y hogaño convertidas en discretísimos pantalones de traje color pastel, sencillamente no suscitaba ningún tipo de sorpresa. Como tampoco alarmaba absolutamente a nadie el contemplar a Otelo echando una partidita de cartas y cambiando impresiones en una terracita modesta de las calles del pueblo con el ahora resucitado Casanova, antes cadáver ensangrentado en la cama del propio Otelo, y en compañía de la mujer de éste, por no sé qué menudencias. Daba gusto, verdaderamente, verlos charlar con esa bella complicidad a pesar del resquicio de recelo que se adivinaba en los ademanes de un Casanova un tanto pálido cuando se le acercaba efusivo Otelo para darle palmaditas en la espalda en señal de fraternidad. Aún más enternecedora resultaba la estampa de Luisa disfrutando de un desayuno soleado en el porche de casa junto a su hijo, muerto en combate. A nadie le podía sorprender que entre risas por parte de ambos, Luisa se empeñara en insistirle a su hijo en que fuese más abrigado o de lo contrario terminaría por coger frío. Al igual que no llamaba la atención coincidir con la joven pareja muerta en accidente de tráfico franqueando, a pie y cogiditos de la mano, el stop que aquel desalmado turista dijo no ver cuando colisionó contra ellos. Es maravilloso, y por lo demás totalmente sólito, observar cómo se acarician a cada tanto las cicatrices que circulan por sus rostros, como amansando a un dolor ancestral. Asimismo, no puede resultar chocante observar profundamente cuerdo al gran Sigmund, psiquiatra respetadísimo de nuestro pueblo. Resulta gratificante, aunque para nada sorprendente, oírle hablar del desarrollo de los bebés o de la familia sin que suponga un hondo sentimiento de repugnancia o de perversión, aunque es verdad que ha perdido un tanto de artística irracionalidad y de sublime capacidad para lo siniestro.
En fin, por eso debe ser que a nadie en este pueblo le extraña que el lunático soñador siga durante estas fechas emborronando cuartillas, exorcizando entuertos y enderezando fantasmas, como si el Carnaval sirviera para ratificarlo en su enfermedad, en su errática escritura de ficciones que sólo durante unos pocos días se convierte en la auténtica realidad.  
Es así que, enterrada la sardina salpicada de sueños y reflejos de luz, todos volvían a dejar de ser quienes en realidad eran para volver a ser lo que nunca serían.

ENRIQUE ORTIZ AGUIRRE

viernes, 4 de marzo de 2011

El libro del olvido (Ganador I Concurso Relatos Enmascarados)

Los ahogos y desconsuelos aquí relatados no me pertenecen. En realidad, alguna vez fueron míos, pero, bastante tiempo atrás, pasaron a ser extraños; desolaciones sin dueño que podrían desesperar a cualquiera que sufriera los sinsabores del lado más amargo de la vida.

Borracho, pero estable en la embriaguez. Caminaba por las calles de Cádiz de vuelta a casa (¿o era de ida?), tras una noche inventada para el carnaval, cuando pasé próximo a un grupo de personas enmascaradas que añadían sonadas carcajadas al ruidoso ambiente. Y una pregunta rondó mi cabeza ¿Por qué atraerá tanto la máscara? Porque detrás de ella no hay lugar para la tristeza, me respondí inmediatamente. De esta forma, pensé en escribir un libro donde dejar las tristezas en el olvido, para que la vida fuera como estar permanentemente detrás de la máscara. Imaginé que podía reunir mis melancolías en un objeto mágico y misterioso de tal manera que, a medida que escribiera esas emociones y recuerdos enmarañados de angustia vital, desaparecieran para siempre y quedaran perdidos entre sus páginas. Quería conseguir que al volverlos a leer parecieran ajenos, distantes, exabruptos de otra persona, sentimientos tan irreconocibles para mí que incluso pudieran ser disfrutados con su lectura. Ya sé que todo esto suena un poco raro, pero estaba borracho y así las cosas se ven más fáciles.

Con ese propósito y una gran resaca, al siguiente día empecé a buscar, entre las librerías antiguas de Cádiz un libro en blanco, sin páginas escritas, que hiciera las veces de diario y de cofre del tesoro donde guardar mis desesperaciones, como el pañuelo que seca las lágrimas absorbiéndolas hasta desaparecer. Tardé en hallarlo, pero en un pequeño establecimiento de una angosta y perdida calle me aguardaba. Allí estaba, insinuante, descubierto, agazapado como quien espera sin prisas a un tren de largo recorrido. Tenía el lomo gastado y descolorido y su cubierta parecía estar mordida por un perro ensañado. Sus hojas eran pergaminos amarilleados por el tiempo y el olvido. 

Lo primero que hice fue darle título. Lo llamé El libro del olvido. No esperé demasiado para empezar a escribir. Por aquellos días mi ánimo era una sombra errática que rumiaba los aromas dañinos de un amor imposible. La rabia, el anhelo, la impotencia y la soledad compartían conmigo esas ocasiones, en periodos continuos y cíclicos que se agolpaban en mi cabeza. Probablemente este tipo de amor sea el más dañino de los existentes, provoca la peor de las sensaciones posibles en un hombre: la pérdida de lo que nunca se ha tenido. Ese vacío conduce a un estado de permanente enfrentamiento entre sentimientos opuestos ante una similar circunstancia. Es decir, peso o levedad, levedad y peso ante el mismo día a día, bajo idéntica situación. La ausencia de lo inalcanzable es tan extraña que lo perdido se considera más propio que ninguna otra cosa. Incluso, la nostalgia desbordante, el quebranto inherente a este tipo de desamor (en realidad, amor absoluto) situado entre la realidad y el deseo crea un mundo sumergido, irreal, pero más verdadero que el existente. Un lugar donde realidad y deseo convergen en un único camino, auténtico e invisible, como quedado entre la vigilia y el sueño. Tras masticar estas soledades y sus consecuencias escribí todo lo que en mí había de ellas. Sentía que, al transmitir estos desasosiegos al papel, quedaba liberado, roto el hilo que unía el quebranto con mi ser, libre al fin de la culpa que soporta el culpable de un amor correspondido en algún lugar improbable; paralelo y perpendicular a la par, trasversal como la flecha que traspasa al herido de muerte. Por unas breves semanas me sentí feliz.

Sin embargo, pronto otras amarguras vinieron. La frustración ante un modo de vida no deseado, la escasez de conocimiento o la monotonía diaria hicieron su aparición. A medida que surgían desde el fondo de mi yo más subterráneo iban siendo añadidas al libro. La sensación de aligeramiento era brutal, como el estado de bienestar que se alcanza en la inmediatez al consumir una droga. Aliviado, me sentía preparado para afrontar nuevas vivencias. El libro era una especie de retrato de Dorian Gray y su efecto era tan sanador como inofensivo. En este punto confieso que llegué a buscar aflicciones por puro vicio, por el mero placer de poder dejarlas abandonadas en una página. Incluso llegué a convencerme de que tenía una enfermedad mortal para experimentar qué se siente en el enfrentamiento directo con la muerte. Es curioso, pero he de decir que volvieron a mí la levedad y el peso en forma de nada importa y todo cuenta.

Cuando llevaba medio libro escrito decidí que era buen momento para empezar a leer, tenía una curiosidad enorme por saber como me sentiría en la lectura de mis penurias. Me sentí desbordado, no conseguía reconocer ninguno de los pesares allí descritos. Era como leer una vida desconocida. Lejos del disfrute, un dolor punzante rellenó mi pecho y sentí mi corazón hacerse trizas. El que había escrito con tanta delicadeza en esas páginas no era yo, era alguien pleno de vivencias. Roto, ausente y enojado tiré el libro al suelo. Quedó abierto, con dos páginas en blanco sonrientes, reclamando letras que compusieran palabras que formaran frases, proclamando su victoria incontestable y su maldad aterradora.

Resolví deshacerme de él. Una noche, desde una pequeña embarcación, lo arrojé al fondo del mar, para que leyeran los peces. Borracho, pero estable en la embriaguez caminaba por las calles de Cádiz de vuelta a casa (¿o era de ida al carnaval?).

 JAVIER GALLEGO PINOS

Los ganadores des-enmascarados

Y, después de muchas deliberaciones, votos y argumentos varios... aquí os dejamos los tres relatos elegidos. Enhorabuena a los tres y muchas gracias a todos por vuestra ilusión compartida.



Ganador
 El libro del olvido

Finalistas
Carnavalada
 El halcón y la paloma

martes, 1 de marzo de 2011

Adiós, 28 de febrero


Clong, clong, clong... Se siente el influjo del reloj de la Puerta del Sol, colándose por la ventana.

Acaba de terminar el plazo para entregar vuestras propuestas para el I Concurso de Relatos Enmascarados. Ya la suerte está echada... El día 4 de marzo, saldremos de dudas. Pero, desde aquí, nos gustaría agradecer la participación y el interés demostrado por vuestra parte en esta primera edición.

Gracias.
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